Textos claves:
(Jn.3:16) (Ef.1:6) (Is.60:1)
UNIDOS CON CRISTO
Nuestra unión con
Cristo nos habla de amor y aceptación. Jamás podríamos haber experimentado está
fusión profunda con la Divinidad sino hubiéramos sido amados y aceptados en él.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo (la totalidad de seres humanos),
que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquel (en particular y personal) que
cree en él, no se pierda (en el vacío, el anonimato y el “sin-sentido” de este
mundo), mas tenga vida eterna” (en unión con Jesús, el autor de la vida). La
verdad y realidad de Cristo en nosotros nos habla de aceptación.
RESULTADOS DE ESA
UNION
1. Hemos sido
aceptados por Dios (Ef.1:6). “Para
alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el
Amado”. Dios nos ha
aceptado sólo por gracia, sin condiciones previas. Cuando nos
volvemos a él, a través de Jesús, nos recibe sin preguntar de dónde venimos, que
hemos hecho, o por qué hemos tardado tanto. Antes de decir ni una sola palabra,
el Padre nos ve venir. Su corazón se mueve en compasión y
misericordia. Sus pies corren hacia nosotros. Sus brazos nos
envuelven. Su boca nos besa una y otra vez. “Y
levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue
movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”
(Lc.15:20).
Nosotros venimos cargados de sentimientos de culpabilidad y condenación. “Padre,
he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno...” (Lc.15:21). Pero las
primeras palabras del Padre son de plena aceptación. Él nos recibe y nos
introduce a la abundancia y dignidad de su casa. “Pero
el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned
un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el
becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque
este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y
comenzaron a regocijarse” (Lc.15:22-24).
Esta es una figura
maravillosa de que hemos sido aceptados y amados por Dios, sin condiciones, sólo
por gracia. Esta verdad, recibida en nuestro corazón, nos conduce a otras
verdades liberadoras.
- Debemos aceptarnos a nosotros mismos. Debemos hacerlo desde la perspectiva de hombres nuevos en Cristo. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Ro.8:1). “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:30-31).
- Debemos aceptar a los demás y amarlos sin condiciones, sólo por gracia. “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios... Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea; que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo” (Ro.15:7 y 16:1,2).
La misma base sobre
la que nosotros hemos sido aceptados y perdonados. “Y
cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que
también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros
vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis,
tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras
ofensas” (Mr.11:25,26).
Aquí es donde
tenemos verdaderos problemas. Observa la actitud del hermano mayor del hijo
pródigo. “Y su
hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la
música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué
era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho
matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces
se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que
entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te
sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para
gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha
consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son
tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu
hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lc.15:25-32).
Ser aceptados por
Dios en la misma familia no tiene que ver con condiciones doctrinales, o con
ciertas formas de personalidad, condición social o ausencia de manías. Sólo
tiene que ver con la gracia de Dios. “Recibidle, pues, en el Señor, con
todo gozo, y tened en estima a los que son como él” (Fil.2:29).
“Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan
entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que
los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre
vosotros” (1 Ts.5:12,13).
Si hemos recibido y
experimentado su gracia, entonces nos resultará normal aceptarnos a nosotros
mismos y también a los demás.
CONSECUENCIAS
Nuestra unión con
Cristo es una garantía de haber sido aceptados por Dios. Podemos levantarnos
en una vida libre de complejos, condenación y culpabilidad (Is.60:1). Hemos
sido redimidos. “Yo
JHWH vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto, para que no fueseis sus
siervos, y rompí las coyundas de vuestro yugo, y os he hecho andar con el
rostro erguido” (Lv.26:13).
Virgilio Zaballos -
ESPAÑA
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