martes, 29 de noviembre de 2011

DEVOCIONAL DÍA 27 DE NOVIEMBRE



EL QUE ESTABA MUERTO, VIVE


“Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. 17Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último”.

Apocalipsis 1:16-17


Jesús gustó la muerte en nuestro lugar, dice Hebreos 2:9. Cuando Él habla en Apocalipsis (1:18) dice claramente: estuve muerto…” Jesús murió verdaderamente. Esto era algo incomprensible, especialmente para gentiles con trasfondo griego. Dios es eterno y no puede morir. Y como Jesús es Dios, entonces no puede morir tampoco. Si muere, entonces no es Dios. Pero la Biblia dice que Jesús es Dios y es hombre a la vez. Él es la Palabra (el Verbo) que se hizo carne. Es plenamente Dios y plenamente hombre. Su naturaleza divina se unió a su naturaleza humana, sin que la una reemplace o se mezcle con la otra. Esto es un misterio para nosotros. Esto significa que no es solamente el hombre Jesús quien muere, sino el Hijo de Dios, Dios el Hijo. Así que, aunque Dios no puede morir, muere sin embargo Dios. No Dios Padre, sino Dios Hijo, quien después fue resucitado por el Espíritu de Dios.

Por eso, cuando Jesús dice más adelante: “estuve muerto”, sus palabras tienen el sentido más profundo. No quiere decir que dejó de existir, sino que estuvo totalmente separado y rechazado por Dios Padre. Él llevó sobre sí hasta lo más hondo el pecado más profundo de cada persona y sus inimaginables consecuencias: la muerte eterna. Jesús probó su horror. ¿Dónde? ¡En la cruz! Fue allí donde murió y a la vez venció. Es por la resurrección, (y a través de ella), que tiene para siempre las llaves de la muerte y del infierno. ¡Él es el Vencedor eterno!

Ulf Ekman


ORACIÓN:
 Señor Jesús, gracias porque tienes las llaves de todo lo que quiere matar y destruir. Tú has conseguido la victoria sobre ello. Ahora vives para impartir vida abundante a todos. Gracias porque me diste vida. ¡AMÉN!

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