GÓLGOTA
“Y él, cargando su
cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota;
18y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y
Jesús en medio”.
Juan 19:17-18
La crucifixión era
un método común, pero poco corriente su crueldad o forma de ejecución. Los
condenados quedaban colgados durante horas, a veces días, mientras la vida poco
a poco y bajo unos dolores insoportables se escapaba. A lo largo de los caminos
más transitados o en espacios abiertos, colgaban los cadáveres de los
criminales. Los romanos dejaban bien claro y en términos inequívocos quién
mandaba. Como método de ejecución la crucifixión era excepcionalmente cruel.
Además del dolor de los clavos al ser introducidos en las manos y los pies, el
levantamiento de la cruz suponía una tortura infinitamente superior. Todo el
cuerpo se dilataba y cada músculo se convulsionaba, los ligamentos se rompían y
el peso del cuerpo sobre los clavos de los pies causaba un dolor insoportable.
El cuerpo ya estaba desgarrado por los azotes de los látigos que arrancaban los
trozos de carne de las grandes heridas abiertas producidas en todo el cuerpo.
Cuando todo el cuerpo colgaba deshidratado era casi imposible respirar, y el
ahogo, junto con los calambres musculares, enviaban olas de intenso dolor a
través de todo el cuerpo que instintivamente se retorcía y desfiguraba; todo,
mientras la sangre corría por fuera de las venas rotas en las
extremidades.
Una placa fue
clavada arriba en la cruz: “Jesús Cristo, Rey de los Judíos” y las
injurias llovieron hasta el final. Pero el Sol, que suele
atormentar a las víctimas, despareció. Desde la hora sexta, y hasta que Jesús
expiró a la hora novena, las tres de la tarde del viernes al que llamamos
Viernes Santo, fueron horas de oscuridad. La Naturaleza lloró, los cielos
lloraron y Dios lloró. Esto fue necesario pero terrible. Las consecuencias de la
rebelión de Adán y Eva habían sumido a la humanidad en una oscuridad increíble.
Ahora, cuando las tinieblas se cernían sobre la cruz, el pecado finalmente fue
expiado.
Ulf Ekman
ORACIÓN: “Padre
celestial, te damos gracias porque entregaste a Tu Único Hijo porque Tu amor es
tan grande. En el Nombre de Jesús ¡AMÉN!
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