LA MUERTE DE
JESÚS
“Mas Jesús,
habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu”.
Mateo 27:50
Jesús ha muerto,
ocurrió sobre la hora novena. Un temblor de tierra sacudió toda Jerusalén. Todo
el pueblo estaba bajo un silencio sepulcral; extrañados de esta oscuridad a
mitad del día cuando debía haber la mayor claridad. La presión y el asfixiante
silencio sobre la ciudad debían ser horribles para los líderes religiosos.
Después vino el terremoto, el velo se rompió de arriba abajo y el oficial que
custodiaba a Jesús fue el primero en entender: el hombre que ha muerto,
verdaderamente era Hijo de Dios (v.54). Todos
entendieron, al menos para sí mismos, que lo sucedido se trataba de una
señal.
Dios había
terminado con el Templo. El servicio de las ofrendas y sacrificios llegó a su
fin. Lo Santo se hizo visible. Ahora se sentaron las bases de algo
completamente nuevo que hasta un oficial pagano pudo entender. Era hacia su
mundo que la gloria de Dios se iba a manifestar ahora. Los sepulcros en
Jerusalén se abrieron y sucedió algo que conmocionó a toda la ciudad. Después de
la resurrección de Jesús muchos santos que habían muerto durante el Antiguo
Pacto en la ciudad resucitaron también. Estos sucesos inimaginables podían haber
sacudido al mundo entero, pero la resistencia religiosa era terca.
Independientemente de lo que sucediera la resolución estaba tomada. Jesús
tenía que desaparecer. Ahora estaba muerto. Pero Su muerte no era una
muerte cualquiera. Era una muerte redentora. Él cargó con nuestro pecado y llevó
nuestras enfermedades. Fue hecho pecado para que nosotros fuéramos hechos
justicia de Dios en Él. El castigo fue sobre Él para que nosotros
tuviéramos paz. Su vida fue una ofrenda por el pecado que llevó la
culpa de muchos y se colocó en el lugar de los transgresores.
Ulf Ekman
ORACIÓN: Señor,
gracias por Tu infinito y grande sacrificio que me da la vida eterna. En el
Nombre de Jesús ¡AMÉN!
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