lunes, 22 de agosto de 2011

DEVOCIONAL DÍA 10 DE AGOSTO


EL DOLOR DE LA FE

“Escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar

de los deleites temporales del pecado,
26teniendo por mayores

riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios;

porque tenía puesta la mirada en el galardón”.

Hebreos 11:25-26

Todo lo que tiene que ver con el cielo tiene un precio. Cuanto más sea

mayor es el costo. Que el cielo esté abierto para nosotros costó el más alto

de los precios: Jesús murió en la cruz. La profundidad del dolor que Jesús

tuvo que sufrir por nuestra culpa nunca la podremos comprender. Nunca

podremos comprender lo que el corazón de Dios sufrió cuando vio Su

creación, el hombre, contaminarse con el pecado y con la naturaleza de

Satanás y venir a ser enemigo de Aquel que le había creado. Pero por el

profundo sufrimiento de Jesús se pudo abrir el camino al hogar celestial

para nosotros. Y ahora, por la fe, caminamos hacia él. El cielo y la tierra nos

seducen y atraen de igual manera. Aunque cuando lo mundano nos atrae

más que lo celestial, de manera que no respondemos a Jesús, se produce

dolor en la vida del creyente.

A veces lo mundano puede resultarnos tan vivo, tan atractivo, mientras que

Jesús, nos parece muy lejano, casi irreal. Nuestros sentidos, nuestra mente,

apenas puede percibirle. Pero no es ahí donde está la vida, sino en el

corazón. Más profundo que nuestros sentimientos, abajo en lo profundo del

ser, en el corazón, es donde reside la vida que se acopla con el cielo. El río

de la vida fluye desde la Nueva Jerusalén directamente hacia abajo, hacia

mi ser y desde ahí brota hacia fuera una corriente de agua viva. Cuando

esto lo tengo claro Jesús es una realidad, y aunque la elección suponga

dolor, renuncia o burla, no es nada en comparación a la riqueza que el

Señor tiene para mí. El peso del dolor que suponga escoger seguir a Jesús,

es extraordinariamente más ligero en comparación con la gloria que nos

tiene preparada a todos los que le amamos.

Ulf Ekman

ORACIÓN:
Señor, perdona mi egocentrismo, mi autocompasión e

incapacidad para ver por todo lo que Tú has muerto para que yo

pueda alcanzarlo. Perdona todo egoísmo personal que me impide

aceptar el dolor que la obediencia incondicional requiere. Gracias

porque me ayudas para seguirte verdaderamente. En el Nombre de

Jesús
¡AMÉN!

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