EL DOLOR DE LA FE
“Escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar
de los deleites temporales del pecado,
26teniendo por mayores
riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios;
porque tenía puesta la mirada en el galardón”.
Hebreos 11:25-26
Todo lo que tiene que ver con el cielo tiene un precio. Cuanto más sea
mayor es el costo. Que el cielo esté abierto para nosotros costó el más alto
de los precios: Jesús murió en la cruz. La profundidad del dolor que Jesús
tuvo que sufrir por nuestra culpa nunca la podremos comprender. Nunca
podremos comprender lo que el corazón de Dios sufrió cuando vio Su
creación, el hombre, contaminarse con el pecado y con la naturaleza de
Satanás y venir a ser enemigo de Aquel que le había creado. Pero por el
profundo sufrimiento de Jesús se pudo abrir el camino al hogar celestial
para nosotros. Y ahora, por la fe, caminamos hacia él. El cielo y la tierra nos
seducen y atraen de igual manera. Aunque cuando lo mundano nos atrae
más que lo celestial, de manera que no respondemos a Jesús, se produce
dolor en la vida del creyente.
A veces lo mundano puede resultarnos tan vivo, tan atractivo, mientras que
Jesús, nos parece muy lejano, casi irreal. Nuestros sentidos, nuestra mente,
apenas puede percibirle. Pero no es ahí donde está la vida, sino en el
corazón. Más profundo que nuestros sentimientos, abajo en lo profundo del
ser, en el corazón, es donde reside la vida que se acopla con el cielo. El río
de la vida fluye desde la Nueva Jerusalén directamente hacia abajo, hacia
mi ser y desde ahí brota hacia fuera una corriente de agua viva. Cuando
esto lo tengo claro Jesús es una realidad, y aunque la elección suponga
dolor, renuncia o burla, no es nada en comparación a la riqueza que el
Señor tiene para mí. El peso del dolor que suponga escoger seguir a Jesús,
es extraordinariamente más ligero en comparación con la gloria que nos
tiene preparada a todos los que le amamos.
Ulf Ekman
ORACIÓN:
Señor, perdona mi egocentrismo, mi autocompasión e
incapacidad para ver por todo lo que Tú has muerto para que yo
pueda alcanzarlo. Perdona todo egoísmo personal que me impide
aceptar el dolor que la obediencia incondicional requiere. Gracias
porque me ayudas para seguirte verdaderamente. En el Nombre de
Jesús ¡AMÉN!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.