“Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la
carne moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de
la carne, viviréis” Ro. 8:12-13.
Hemos encontrado al enemigo, ¡somos nosotros mismos! El enemigo
no está fuera de nosotros, sino en nosotros. Pablo habla mucho
acerca de la carne. Cuando hemos recibido a Cristo somos una nueva
criatura en nuestro hombre interior. Pero también tenemos un
hombre exterior. Es la carne. La carne es la parte de tu personalidad,
de tu vida, que no quiere rendirse a Dios. La carne no es salva. Y esto
se deja sentir. De la carne, no de tu recién nacido corazón, vienen las
tentaciones, egoísmos y todo aquello que quiere estorbarte. Pablo
dice que la mente carnal es enemistad contra Dios. Es muy
importante que no minimicemos la existencia del pecado. Pero es aún
más importante que realcemos la victoria de Jesús. Hemos recibido
algo nuevo. La nueva vida es más fuerte que la vieja. Si abunda el
pecado, sobreabunda la gracia. En el bautismo enterramos al hombre
viejo.
En el cielo nos despojaremos de la carne, el actual hombre externo.
Hoy tenemos un hombre nuevo en nuestro interior, pero vamos
arrastrando y luchando diariamente en contra de nuestra carne. No
podemos salvar nuestra carne o santificarla. Tenemos victoria sobre
ella por medio de vivir en el Espíritu. No estamos obligados a
obedecer la carne. Es como si paseásemos por una avenida comercial
llena de escaparates. Está todo ahí, tú no puedes evitarlo, pero no
tienes por qué entrar a comprar nada. La carne continuamente viene
con sus ofertas. Se estimula con el espíritu de este mundo, pero no
estamos obligados a obedecerla. Por el contrario, si le cerramos la
puerta, comenzamos a vivir otra vida:
la vida del Espíritu.
ORACIÓN:
Gracias Señor porque me has dado poder para estar
en contra de los impulsos carnales de mi vida. Ayúdame para
no tropezar en ellos cuando me asalten o ser vencido por
ellos. En el Nombre de Jesús
¡AMÉN!
Ulf Ekman
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