lunes, 22 de agosto de 2011

DEVOCIONAL DÍA 31 DE JULIO

LA ESCUELA DE SAMUEL

“El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la

palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con

frecuencia”

1ª de Samuel 1:3

Desde su nacimiento, Samuel estuvo marcado con un llamado de Dios.

Cuando creció, ese llamamiento maduró hasta llegar a ser un ministerio. Así

pues sirvió bajo el sacerdocio de Elí. Peo Elí vivía alejado del Señor y sus

hijos eran malos. El contexto en que Samuel creció distaba mucho de ser

perfecto. Pero esto no fue impedimento para que Dios hablara con Samuel.

Para Dios no existen obstáculos.

Cuando el Señor comenzó a hablar con Samuel él no sabía quién le

hablaba. Preguntó a Elí, pero en principio no recibió ninguna ayuda. Por fin,

Elí se dio cuenta de que era el Señor quien llamaba a Samuel, y un simple

consejo de un sacerdote cansado cuya vida estaba derrotada, fue lo que

guió a Samuel a uno de los ministerios proféticos más poderosos del

Antiguo Testamento. Nada puede ser impedimento para Dios.

Samuel necesitó ser entrenado para escuchar a Dios. Pasó tiempo hasta

que tuvo la facultad de distinguir la voz que le hablaba. Tardó en estar listo

para oír y transmitir lo que Dios quería decirle. Pero funcionó.

Es lo mismo contigo. El Espíritu de Dios capacita tu sensibilidad. Llegas a oír

más y más claramente y aprendes a distinguir cual es la verdadera voz que

viene de Dios. Samuel creció y llegó a ser tan hábil que ninguna de sus

palabras dejó caer a tierra (1 Sam.3:19). Todo Israel comprendió que era

digno de confianza para ser el profeta del Señor. Al principio no podía

distinguir la voz de Dios. Pero en el cenit de su ministerio cada palabra que

pronunciaba era cincelada en el cielo. Cada palabra tuvo su cumplimiento.

Todo el país fue bendecido por lo que el Señor hablaba mediante Su siervo.

Samuel había hecho bien sus deberes en la escuela de Dios y pasó sus

exámenes con la más alta calificación para el trabajo que iba a realizar.

Ulf Ekman

ORACIÓN:
Señor, entréname de tal manera que pueda oír lo que me

dices. Enséñame a dar sin reservas lo que Tú quieres que yo te dé.

En el Nombre de Jesús
¡AMÉN!

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