LA MALDICIÓN DE LA PROPIA JUSTICIA
“El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera:
Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres,
ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
ayuno
dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano”.
Lucas 18:11-12
A través de toda la Biblia hay un tema recurrente que no es difícil de
entender para nuestro intelecto pero sí para vivirlo. Hay en cada persona
una tendencia, un deseo carnal y la ambición de ser hábil y capaz por sí
mismo. Todos queremos el reconocimiento, no la crítica. Queremos mostrar
siempre nuestro lado bueno no el malo. Queremos amor, no desprecio. Lo
pasamos mal, nos enojamos, nos desanimamos o huimos, si miramos a
nuestro interior y probamos que hay cosas no tan atractivas, nuestros lados
oscuros. En lo más profundo de nuestra humana naturaleza queremos
construir nuestra vida en base a nuestras capacidades, hasta tal punto que
aceptamos la alabanza de los demás, sí, incluso culto. Esto es algo
incrustado en toda la humanidad. Por eso el hombre formula toda clase de
religiones e ideologías que hablen de sí mismo y que en su propia fuerza es
suficientemente capaz para alcanzar el alto cielo. El hombre puede
esforzarse lo indecible para demostrarse a sí mismo, a otros y hasta a Dios
que es lo suficientemente capaz como para ser aceptado y aprobado, si,
hasta inclusive elogiado por Dios.
En todo esto ha estado la humanidad ocupada por miles de años, pero está
condenada al fracaso. El camino a la salvación por el propio esfuerzo está
cerrado. Dos ángeles guardan el camino de vuelta al paraíso. Pero hay otro
camino, otro árbol y otra obra, la obra de Jesús en la cruz. Este camino está
abierto, libre y gratuito. Y a pesar de ello el orgullo del hombre permanece
en lo profundo de su ser: “yo puedo, yo quiero, yo haré” –sin Dios. El
orgullo me prohíbe pedir ayuda. El orgullo rechaza la debilidad. El orgullo
siempre quiere demostrar que el
ego es la fuente de todo poder y salvación.
El
ego debe gobernar. Todo esto hace imposible que seamos partícipes de la
vida de Dios. Dios no acepta jamás el compartir Su gloria con nosotros.
Ulf Ekman
ORACIÓN:
Gracias Señor porque Tú salvación es por gracia, no por
obras de justicia que yo haga. Todo mérito es tuyo y toda la gloria
es para Ti. En el Nombre de Jesús ¡AMÉN!
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