“Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es
semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo”
Mateo 13:24
Una y otra vez Jesús habla del reino de los cielos. Es el reino de allá arriba.
El reino de Dios, donde Dios es el centro. Es un reino eterno, no es
temporal. Es un reino que permanece firme, no es cambiante o que perece.
Es el reino de Dios, con Dios y para Dios; no del hombre, con el hombre, ni
para el hombre. Es el reino de Dios con hombres que han encontrado a Dios
y de ahí a sí mismos. Es un reino que refleja todo lo que Dios es, donde Su
cercanía, Su esencia y carácter llenan cada esquina, cada rincón, cada
hueco. Un reino es como su rey, su gobernante. La personalidad del
soberano, su temperamento y propiedades caracteriza totalmente su reino.
Los reinos de los hombres se caracterizan por sus ambiciones, su
imposición, su ansia de poder, conflictos y batallas. Por esto surgen peleas,
envidias, odios, crímenes y guerras. Todo esto sale del interior del hombre,
dice Jesús en Marcos 7.21-23:
(“Porque del corazón de los hombres,
salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los
homicidios,
los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la
avaricia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.
Todas estas
maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”)
y contamina el
reino del hombre. De Dios procede la vida, la pureza y el amor. De ello
está lleno Su reino, por eso Su reino es tan diferente. Que el reino exista es
una gran cosa, pero lo que el reino es aún es más importante, ya que lo
que en él se encuentre forma parte de lo que él es. El corazón del Padre
llena el reino de los cielos, y todo el que entra en el reino tiene contacto con
Él y es partícipe de lo que hay en el corazón del Padre. El hombre no ha
sido creado para su propio reino, ese reino ha sido su desgracia. El hombre
ha sido creado para un reino eterno. Solo ahí nos sentimos en nuestro
hogar. Ahí encontramos nuestro lugar. Ahí nos realizaremos como
verdaderamente somos.
Ulf Ekman
ORACIÓN:
“Dios Padre, gracias por Tu reino. Gracias porque es
celestial, eterno, bueno y maravilloso; y gracias porque hay lugar
para mí por medio de Jesucristo. En Su Nombre. ¡AMÉN!
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