“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del
mal.
16No son del mundo, como tampoco yo soy del
mundo.
17Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” Juan
17:15-17.
A menudo se confunde la santificación de los creyentes y se cree que lo más
significativo se centra en la renuncia a todo lo externo y únicamente vivir
para Dios. Claro que cada creyente debe renunciar o abstenerse y cerrar las
puertas al mundo. Claro que debe buscar a Dios y vivir para Él. Pero a
menudo la santificación ha venido a ser la única meta y esto ha derivado
en una neurótica determinación personal donde nunca nos sentimos
santificados suficientemente, ni tampoco satisfechos. Esto es el otro lado
de la religiosidad. Uno puede fácilmente encontrar en ello un valor en sí
mismo: vivir más apartado y santo que los demás.
Sin darnos cuenta, hemos caído en el fariseísmo, donde uno cree que Dios
contesta sus oraciones y está más unido a Él porque es más santo, más
entregado o es más radical. Pero el propósito de la santificación es para
poder servir a Dios. Y servir a Dios significa servir a los demás como el
samaritano misericordioso. Uno ve una necesidad y trata de remediarla y no
es más santo porque se ocupa de ello. Algunos toman mucho tiempo con
Dios pero no están dispuestos a salir al encuentro de otros y hacer frente a
sus necesidades. Otros salen corriendo hacia “su ministerio” sin permitir al
Espíritu Santo que purifique sus vidas.
Tú mismo sabes en qué cuneta caes fácilmente y el Señor puede ayudarte a
salir y levantarte. Sin santidad no veremos al Señor y perdemos el poder en
nuestro trabajo. Desestimar la santificación hace que nos volvamos
introvertidos y solamente nos ocupemos de lo que es importante para
nosotros mismos, en vez de hacer aquello que es importante para el Señor
y que Él nos ha pedido:
ALCANZAR Y AYUDAR A OTROS.
Ulf Ekman
ORACIÓN:
Dios mío, ayúdame para que no estar ciego respecto al
lugar y servicio asignado por ti. Tú no me has llamado a salir del
mundo, sino a vencerlo. En el Nombre de Jesús ¡AMÉN!
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