“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido
en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y
gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel
campo”.
Mateo 13:44
El reino de los cielos es tan precioso, tan especial que no hay nada que
pueda comparársele. No lo podemos ver, pero está ahí. Es un verdadero
tesoro que estaba escondido en el campo. Este hombre no solamente
compró el campo y “creyó”, quiere decirse, intuyó, que algo había en él. No,
el tesoro estaba escondido, pero el hombre lo encontró, lo vio, lo reconoció,
lo experimentó. Para él era una realidad. Así es con el reino de Dios.
Muchos pasan de largo por el campo y no ven otra cosa más que el barro.
En la parábola de Mateo 13:38 Jesús dice que el campo es el mundo. Es
igual en la parábola que nos ocupa.
La Escritura está oculta no sólo para el mundo, sino en el mundo. El barro
del campo representa a los hombres con sus debilidades. A la Iglesia el
mundo la ve como cualquier otro club social de cierto interés. No ven el
tesoro. Los creyentes tienen su gloria en vasos de barro y los ojos naturales
del mundo solamente pueden ver el barro del vaso, no el tesoro. Así que la
Iglesia en el mundo, igual que el creyente particular, lleva encima el barro
del campo. Pero en el barro hay otra cosa. Algo que solamente se puede
dar con ello, encontrar, por medio del sacrificio y la entrega. Algo que tiene
un alto valor y no se alcanza de cualquier manera. El hombre encontró el
tesoro realmente. En su alegría, fue y vendió todo lo que tenía para poder
comprar el campo. No compramos
“el cerdo en la bolsa”, compramos un
tesoro en el campo, y el precio es entregar toda nuestra vida. No vamos a
desperdiciar nuestra vida en algo desconocido o incierto, si no, que
estregamos nuestra vida a Él que nos ha entregado Su tesoro. Y el tesoro
es
El reino de los cielos.
Ulf Ekman
ORACIÓN:
Gracias Señor por ese tesoro que Tú has depositado en el
campo del mundo. Gracias porque lo hemos encontrado. Es real
como tú también eres real. Gracias porque no existe en el mundo
precio alguno que se pueda comparar. En el Nombre de Jesús
¡AMÉN!
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